miércoles, 27 de febrero de 2013

El Felix Baumgartner del siglo XX

Viendo la realidad en la que se encuentra sumergida la sociedad española, con infinidad de deshaucios y suicidios relacionados con los mismos, no puedo evitar tratar de quitarle hierro al asunto, mostrando, si cabe, una cara más amable de la palabra suicidio. En este caso no podemos hablar de un suicidio como tal, más bien nos basaríamos en la segunda acepción de la RAE para dicho término. También, en estos tiempos de vacas flacas nos conviene hablar de grandes emprendedores de la centuria pasada.

Nos situamos en la Francia de principios del siglo XX, en el París bohemio concretamente, que poco o nada tiene que ver ya con lo que antaño representaba. Año 1912, un año en el que nace la República de China o en el que Robert Falcon Scott alcanzaría el polo sur, comprobando que no había sido el primero, ya que un mes antes que él lo había logrado el noruego Roald Admunsen.

Allí el sastre franco-austríaco nacido en 1879 Franz Reichelt regentaba una sastrería cerca de l'Avenue de l'Ópera por la que pagaba no más de 1500 francos al año. Un negocio que en escasos tres años prosperaría con creces, lo que llevó a François a marcarse nuevos objetivos. El costurero era un enamorado de la obra y los proyectos de Leonardo Da Vinci, al que consideraba un espejo en el que mirarse. Concretamente, estaba obsesionado con desafíar a la gravedad, no con ningún tipo de máquina, sino a base de coser y tejer, motivo por el cual se pasaría tres años de su vida confeccionando un paracaídas unipersonal.

El modisto hizo eco a la prensa de su proyecto, y probaría su invento en diferentes lugares de Francia. En uno de ellos, Joinville, Reichelt estuvo a punto de perecer si no llega a ser gracias a un montón de paja que amortiguó su caída y, en consecuencia, salvó su vida. Sin embargo, el sastre haría muchos progresos. Según Le Petít Journal, influyente diario francés publicado hasta 1944; François Reichelt realizó dos pruebas con éxito en 1911, utilizando maniquíes que tiraría desde la Torre Eiffel.

Para este francés de origen austríaco esos dos ensayos serían suficientes, y, tras solucionar un papeleo con los permisos, finalmente consiguió poner a prueba su destreza con el hilo y la aguja, su prestigio como visionario. El 4 de febrero de 1912 subió a lo más alto de la torre de observación de París (la Torre Eiffel)
para contrastar los resultados de las anteriores pruebas. El desenlace fue el siguiente:


En efecto, François pereció. ¿Qué conclusiones podríamos sacar de la historia del Felix Baumgartner del siglo XX? Nos gustaría ser positivos y pensar que quien no arriesga, no gana.

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